domingo, 23 de enero de 2011

Directo a las mazmorras.


Juan y Pepe eran muy buenos ladrones. Siempre conseguían robar algo. Un día estaban hablando en la calle:
         - Pepe, ¿por qué no robamos un coche?
         - Vale, pero, ¿cuál?
         - ¡Ese de ahí!
         Se dirigieron al coche y empezaron a desarmarlo. A los pocos minutos era una chatarra. Le robaron la radio, el reloj, el mechero y muchas cosas más.
         A las pocas semanas decidieron robar en una joyería. Se llevaron todo lo que pudieron, pero los cogió la policía. En la comisaría les preguntaron muchas cosas, pero al final se solucionó todo, porque una señora pagó la fianza.
         El mes siguiente hicieron otro robo y fueron directo a las mazmorras. Allí lo pasaban muy mal y la comida era una asquerosidad. Intentaron escapar por todos los medios pero no pudieron.
         Llegó el día de salir porque habían cumplido la condena. Desde entonces ya no hicieron cosas malas, sino al contrario. Ahora ayudaban a los más débiles, a los ancianos y a los ciegos a cruzar la calle. Sin embargo, de vez en cuando pensaban volver a robar, pero cuando se acordaban de las mazmorras se les quitaba la idea de la cabeza.
         Un día un anciano ciego estaba cruzando la calle y el semáforo estaba en rojo. Nuestros amigos llegaron a tiempo para impedir que lo 
atropellara un coche.
          - Muchas gracias por haberme ayudado – les dijo el anciano.
          - No hay de qué – respondió Pepe.
          - Os invito a merendar mañana en mi casa.
          - Muchas gracias, mañana nos pasaremos por allí – le dijo Juan.
         El viejecito les dio la dirección donde vivía y se despidieron de él.
         Al día siguiente fueron a su casa y lo pasaron muy bien escuchando las historias que les contaba el viejecito de cuando era joven.
         Días más tarde, Juan leyó una noticia que venía en el periódico:
         - Mira Pepe lo que dice aquí: “Se ha encontrado el cadáver de un anciano que era ciego, asesinado con un puñal clavado en la espalda, en la puerta de su casa, en la calle Naranjo número veintisiete. Se llamaba Pedro”.
         - ¡Caramba si es el anciano que nos invitó a merendar hace unos días!
         Los dos amigos estaban muy tristes. Fueron al entierro y le llevaron una corona de flores. Al mes siguiente la policía cogió al que lo había asesinado y lo metieron en la cárcel. Era un ladrón que quería robarle y como el viejecito se negó a darle el dinero, el ladrón lo asesinó.
         Pasaron algunos meses y Juan se puso enfermo porque le entró una extraña alergia y se le ponía la piel de color rojo. Fue con su amigo al médico. Le puso un tratamiento que consistía en unas vacunas, unas gotas para la nariz y tomarse una pastilla antes de dormir.
         Cuando llegó la noche se tomó la pastilla y se acostó. Al poco rato empezaron a crecerle los colmillos y la cara empezó a deformársele. Se levantó de la cama y fue al cuarto de su amigo. Lo cogió por el cuello, mientras gruñía:
         - ¡Urrrg, Urrg, dame medicinas que me muero!
         - ¡Socorro, auxilio! – gritaba Pepe.
         Los vecinos acudieron rápidamente a la llamada de socorro y lograron separar al monstruo del muchacho, cuando casi estaba a punto de estrangularlo. Intentaron cogerlo pero como era muy fuerte, les dio un golpe y se escapó.
         Desde aquel día el monstruo vivía en el bosque. Se alimentaba de hierba y algunas veces cogía frutas en las huertas que había cerca. Lo que le sobraba se lo daba a los animales. Ya nunca más regresó a la ciudad.
                               
                         Marco Antonio Hidalgo Molina (Curso Escolar 1987 - 1988)       



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